SOBRE
EL DETERIORO DE LA CIUDAD DE GRANADA BAJO LA ALCALDÍA DE TORRES HURTADO
Hay ciudades como Venecia,
Florencia, Toledo o Granada que debieran estar regidas por alcaldes de gran
sensibilidad y probado amor a la cultura. La nuestra no ha tenido esa suerte
desde los días ya lejanos de don Antonio Gallego Burín. No vengo a hacer historia
con este artículo, sino a denunciar el estado lamentable de Granada bajo el
gobierno del último de sus alcaldes, José Torres Hurtado.
Llevaré a cabo un somero
análisis de los principales problemas de la ciudad y nada mejor que comenzar
por los barrios históricos. Hace un par de años nos sorprendía la portada del
periódico “Ideal” con la imagen de la Puerta Monaita, uno de nuestros más
bellos monumentos, llena de groseras pintadas. Rápidamente se tapió el acceso a
la misma, pero ahora han abierto un nuevo boquete y vuelve ser lugar de
botellón sin que se hable más del asunto. Es lo propio de Granada olvidar todo
en seguida (bien lo intuyó Juan Ramón Jiménez) y pasar página. Y las
consecuencias de esos olvidos las pagamos luego. Por ejemplo: ya hemos olvidado
el despilfarro de la presentación del premio “García Lorca” en Nueva York con
el vuelo y los gastos pagados casi una semana en uno de los hoteles más caros
de la ciudad para los concejales y allegados, todo a costa, del presupuesto,
asunto que incluso ha sido satirizado por Antonio Muñoz Molina, y cuyas
consecuencias las pagamos con las penurias de hoy.
Pero volvamos a la Puerta
Monaita ahora que se está celebrando de la manera más ramplona el cacareado
Milenio del Reino de Granada. ¿No hubiera sido ésta la ocasión propicia para
abrir un delicioso paseo histórico que, partiendo de esa Puerta Monaita fuese
bordeando entre jardines la bella muralla zirí, incluyera el palacio nazarita
de Daralhorra y llegase hasta el Arco de las Pesas y por allí hasta San
Nicolás? Sería como una segunda Alhambra y no resulta complicado ponerla en
marcha. Podría incluso ser una visita de pago a fin de cubrir los gastos (no
demasiados) de ese posible nuevo itinerario turístico y ciudadano. Por
supuesto, se descartaría de ese paseo el antiguo Callejón del Gallo en tanto
que no se derribase el horroroso
edificio que se alzó allí años atrás (y justo es decirlo: el desmán en esta
ocasión no fue de Torres Hurtado) y destrozó por completo aquel sitio tan
emblemático.
En cuanto al cerro de San Miguel
Alto, además de controlar con microscopio el crecimiento de la edificación en
las cuevas existentes, considero que resultaría muy higiénica la medida de
arrancar las espantosas escaleras de granito que parten su estampa campesina de
aires lorquianos.
El otro gran problema del barrio
está en la Carrera del Dauro. Cuando el gobierno municipal cortó por completo
el tráfico por la misma no pudimos menos que aplaudir la medida. ¿Alguien puede
imaginarse, por ejemplo, la Vía Tornaboni que en Florencia une la catedral con
el palacio Viejo interrumpida por el tránsito de autobuses y taxis? Me temo que
una vez más nuestra alcaldía ha cedido al chantaje de este poderoso gremio
mucho más que a las peticiones de un puñado de vecinos para los que ya se había
habilitado un transporte especial. Así pues, la calle más hermosa de nuestra
ciudad apenas puede ser contemplada sosegadamente por los naturales y los
visitantes, ya que están en constante riesgo de atropello. Cuando ocurra alguna
desgracia tal vez se tomen medidas definitivas.
Y vamos con el Realejo, que se
pavimentó con una falta de gusto tal que nos lleva a preguntarnos quiénes
tienen el poder decisorio en estas cosas. Granito y cemento donde antes existía
un adoquinado propio de las ciudades históricas. Por suerte, al menos, se
conserva parte del empedrado granadino.
Al igual que toda la ciudad, el
Campo del Príncipe se ha convertido en una trampa recaudatoria y no sólo para
quien desee aparcar, aunque sea un solo instante. Todo el que pasea por allí a
su perro sin cadena, incluso si es un caniche, corre el riesgo de que se le
imponga una multa de ciento cincuenta euros. Y estos recaudadores son los
mismos que hacen la vista gorda, ¿a cambio de qué?, con los lugares de la
ciudad donde se trafica abiertamente con numerosas clases de drogas.
Otro problema del Realejo y de
toda la ciudad es la carencia o por lo menos la mengua casi absoluta de
policías en horario de noche y de empleados de limpieza. Ello conlleva que a
cualquier hora de la madrugada te puedan despertar los gritos, las maldiciones
y las trifulcas de algunos borrachos. La policía local y por ende el
Ayuntamiento tienen la obligación de velar por el descanso de los ciudadanos.
Son muchos los que madrugan para ir al trabajo o para realizar sus exámenes y
no hay derecho a que un día y otro unos energúmenos les rompan una y otra vez
el sueño.
Es incomprensible que dentro del
recinto urbano se permitan las llamadas “salas after” que abren a las dos de la
madrugada y cierran a las siete o las ocho, lugares donde se refugian los que
ya van “calientes” de bebida. La calle Carril de San Cecilio y los muros de la
iglesia del patrón de Granada, por ejemplo, se han convertido en el mingitorio
público de muchos trasnochadores. El olor resulta insufrible y el suelo ahora está
pegajoso y amarillento de tanto ácido úrico. Los pobres limpiadores que no han
sido despedidos todavía por el Ayuntamiento no dan abasto. Esa falta de
personal de hoy es una de las consecuencias, como antes dije, de los despilfarros
de antes.
Y sin irnos del barrio todavía,
he de consignar que en el terreno existente ante el hotel Alhambra Palace se
encontraron hace año y medio los restos de una importantísima necrópolis árabe
con cuevas abovedadas, escaleras y no sé qué más y, en lugar de realizarse una
excavación en toda regla, se han comenzado a tapiar las cuevas y a cubrir todo
de tierra, ignoro con qué fines.
Salgamos ahora de esos arrabales
antiguos y vayámonos al centro. Nuestro alcalde parece gobernar sólo para los que
viven en la Gran Vía, Puerta Real o la calle Recogidas, pero no ha pensado
mucho en los que precisan cruzar ese centro dos o tres veces cada día para ir a
su trabajo o a los hospitales o a la universidad. Gran parte de Granada se
extiende sobre una llanura. Una persona podría ir desde Almanjáyar o desde la
Chana hasta el Zaidín o hasta la Avenida de Cervantes en bicicleta en muy poco
tiempo. Pero hacerlo ahora entre coches y autobuses es jugarse la vida. Hace
unos años se remodeló la Gran Vía. Era el momento de haber realizado allí un
carril-bici. Los bordes de las aceras se han levantado peligrosa y absurdamente
y ese espacio hubiera servido para crear dicho carril. Tal vez habría que haber
prescindido de los arbolitos, que podrían haber sido colocados en las calles
adyacentes. Nadie me acuse de ir contra la vegetación pues yo mismo, en otro
artículo, he denunciado la desaparición injustificada de los árboles casi
centenarios de la calle Palacios. No, nadie me acuse de ello, pero es que,
siendo la calle Reyes Católicos y la Gran Vía el único paso entre la Granada
del este y la del oeste , hay que aprovechar al máximo cada centímetro cuadrado
para facilitar la vida de los granadinos.
Nuestro alcalde no comprende que
llegan nuevas generaciones ávidas de un nuevo modelo de ciudad más acorde con
las urbes de toda la Europa de hoy, una ciudad más ecológica, más cómoda y más
culta. ¿A qué levantar un edificio tan feo como un embudo para el Centro García
Lorca cuando existen palacios maravillosos en la ciudad como la Casa de los
Vargas que se están viniendo abajo? ¿A qué pagar el Ayuntamiento alquileres de
pisos y locales cuando no sabe qué hacer con palacios como el de la Cuesta de
Santa Inés?
Otro problema es el de la
estación de ferrocarril. Yo me pregunto: ¿Habrá leído alguna vez el señor
Torres Hurtado el capítulo de “Granada, la bella” que Ganivet dedica a nuestra
estación de trenes? Desde luego, yo se lo recomiendo.
Hablaba antes de las ciudades
europeas. Pienso en Roma, en París, en Florencia, en Ámsterdam… donde las
estaciones ferroviarias (y también las de autobuses) se ubican en el mismo
centro con toda la comodidad que ello supone y no consigo explicarme qué
intereses tiene el Ayuntamiento en llevarse la nuestra a las afueras de la
ciudad.
En el lugar donde se halla
nuestra estación, cuando el viajero llega puede ya contemplar una primera
magnífica estampa de la ciudad, de San Jerónimo, de la catedral y de la torre
de la Vela… Y esas primeras impresiones son muy importantes.
Pero es que aquí parece que nos
molestan los turistas. Hay que gobernar para los de la calle Recogidas, pero
también para todos los que viven del turismo en Granada, que son muchos, y lo
que resulta bochornoso es que los autobuses que llevan a la Alhambra parezcan
pequeñas cámaras de gas donde los visitantes se hacinan sin poder mover ni un
pie. No es que esos pequeños autobuses constituyan un mal medio de transporte,
no; lo que ocurre es que la oferta no se corresponde con la demanda. En lugar
de salir uno cada quince minutos, tendrían que hacerlo cada tres. Y no hablemos
de otras líneas de la “Rober”. Desde luego, no conozco nada tan nefasto como
los monopolios. Si existieran varias empresas de autobuses urbanos no habría
estos problemas.
¿Y del aeropuerto, qué decir?
Hace unos años gozábamos conexión con numerosas ciudades del exterior. A la
alcaldía incluso se le hicieron ofertas para contar con muchas más, pero a
Torres Hurtado no le pareció bien. Málaga hace veinticinco años era un
poblachón cuando se la comparaba con Granada. Hoy es una ciudad dinámica que
compagina con acierto tradición y modernidad. Y no es que allí gobierne éste o
el otro partido. Se trata de las personas, de políticos que tengan amor a su
ciudad, buen gusto y que escuchen a quienes entienden Eso es lo necesario y lo
que aquí se echa de menos.
Antes de finalizar, quiero
sugerir dos medidas sociales que considero muy necesarias para Granada: la
creación de albergues para que los sin hogar sobrelleven el rigor del invierno,
y la de piscinas públicas muy económicas para que los niños de familias
humildes también disfruten del verano.
He escrito todo esto porque yo
sí amo a Granada y me duele verla en las actuales circunstancias y no me vale
que un mes antes de las elecciones el alcalde inaugure por todo lo alto la
nueva imagen del Camino de Ronda después de que se hayan arruinado el setenta
por ciento de los negocios que había allí.
Antenoche, hablando con un amigo
mío muy culto, granadino de adopción, él me comentaba que aquí lo
verdaderamente necesario sería un debate ciudadano en el que participaran
personas de toda laya y en el que no todo se quedase en palabras, sino que a
través del mismo se establecieran las bases para forjar la ciudad que todos
queremos en las próximas décadas. Esa tal vez fuese la solución.
Fernando
de Villena
De
la Academia de Buenas Letras de Granada