A modo de presentación


La obra de Fernando de Villena es, ante todo, una lucha titánica contra el desgaste de las palabras, como si le hubiera sido dado conservar su legado contra el deterioro del tiempo y la proliferación de los nuevos bárbaros. Por otra parte, De Villena conecta con la tradición más renovadora de la literatura española, como la Generación del 98 y, más atrás, con el Modernismo, Romanticismo y Culteranismo. Pero, a la vez, es un autor profundamente imbuido de su tiempo, inserto en el más nuevo paradigma. (G. Morales)

Aunque muchos no lo saben y otros no quieren saberlo, el poeta granadino Fernando de Villena es el autor de uno de los ciclos poéticos más ambiciosos, inquietantes y verdaderamente renovadores de cuantos se han producido en la poesía española de las últimas décadas. Este hecho lo convierte en referente obligado para un entendimiento riguroso de la última poesía española y en modelo cierto de las nuevas generaciones, que ya lo siguen con pasión. (J.Lupiáñez)

1 sept 2013

SOBRE EL DETERIORO DE LA CIUDAD DE GRANADA BAJO LA ALCALDÍA DE TORRES HURTADO

                Hay ciudades como Venecia, Florencia, Toledo o Granada que debieran estar regidas por alcaldes de gran sensibilidad y probado amor a la cultura. La nuestra no ha tenido esa suerte desde los días ya lejanos de don Antonio Gallego Burín. No vengo a hacer historia con este artículo, sino a denunciar el estado lamentable de Granada bajo el gobierno del último de sus alcaldes, José Torres Hurtado.
                Llevaré a cabo un somero análisis de los principales problemas de la ciudad y nada mejor que comenzar por los barrios históricos. Hace un par de años nos sorprendía la portada del periódico “Ideal” con la imagen de la Puerta Monaita, uno de nuestros más bellos monumentos, llena de groseras pintadas. Rápidamente se tapió el acceso a la misma, pero ahora han abierto un nuevo boquete y vuelve ser lugar de botellón sin que se hable más del asunto. Es lo propio de Granada olvidar todo en seguida (bien lo intuyó Juan Ramón Jiménez) y pasar página. Y las consecuencias de esos olvidos las pagamos luego. Por ejemplo: ya hemos olvidado el despilfarro de la presentación del premio “García Lorca” en Nueva York con el vuelo y los gastos pagados casi una semana en uno de los hoteles más caros de la ciudad para los concejales y allegados, todo a costa, del presupuesto, asunto que incluso ha sido satirizado por Antonio Muñoz Molina, y cuyas consecuencias las pagamos con las penurias de hoy.
                Pero volvamos a la Puerta Monaita ahora que se está celebrando de la manera más ramplona el cacareado Milenio del Reino de Granada. ¿No hubiera sido ésta la ocasión propicia para abrir un delicioso paseo histórico que, partiendo de esa Puerta Monaita fuese bordeando entre jardines la bella muralla zirí, incluyera el palacio nazarita de Daralhorra y llegase hasta el Arco de las Pesas y por allí hasta San Nicolás? Sería como una segunda Alhambra y no resulta complicado ponerla en marcha. Podría incluso ser una visita de pago a fin de cubrir los gastos (no demasiados) de ese posible nuevo itinerario turístico y ciudadano. Por supuesto, se descartaría de ese paseo el antiguo Callejón del Gallo en tanto que no se derribase el  horroroso edificio que se alzó allí años atrás (y justo es decirlo: el desmán en esta ocasión no fue de Torres Hurtado) y destrozó por completo aquel sitio tan emblemático.
                En cuanto al cerro de San Miguel Alto, además de controlar con microscopio el crecimiento de la edificación en las cuevas existentes, considero que resultaría muy higiénica la medida de arrancar las espantosas escaleras de granito que parten su estampa campesina de aires lorquianos.
                El otro gran problema del barrio está en la Carrera del Dauro. Cuando el gobierno municipal cortó por completo el tráfico por la misma no pudimos menos que aplaudir la medida. ¿Alguien puede imaginarse, por ejemplo, la Vía Tornaboni que en Florencia une la catedral con el palacio Viejo interrumpida por el tránsito de autobuses y taxis? Me temo que una vez más nuestra alcaldía ha cedido al chantaje de este poderoso gremio mucho más que a las peticiones de un puñado de vecinos para los que ya se había habilitado un transporte especial. Así pues, la calle más hermosa de nuestra ciudad apenas puede ser contemplada sosegadamente por los naturales y los visitantes, ya que están en constante riesgo de atropello. Cuando ocurra alguna desgracia tal vez se tomen medidas definitivas.
                Y vamos con el Realejo, que se pavimentó con una falta de gusto tal que nos lleva a preguntarnos quiénes tienen el poder decisorio en estas cosas. Granito y cemento donde antes existía un adoquinado propio de las ciudades históricas. Por suerte, al menos, se conserva parte del empedrado granadino.
                Al igual que toda la ciudad, el Campo del Príncipe se ha convertido en una trampa recaudatoria y no sólo para quien desee aparcar, aunque sea un solo instante. Todo el que pasea por allí a su perro sin cadena, incluso si es un caniche, corre el riesgo de que se le imponga una multa de ciento cincuenta euros. Y estos recaudadores son los mismos que hacen la vista gorda, ¿a cambio de qué?, con los lugares de la ciudad donde se trafica abiertamente con numerosas clases de drogas.
                Otro problema del Realejo y de toda la ciudad es la carencia o por lo menos la mengua casi absoluta de policías en horario de noche y de empleados de limpieza. Ello conlleva que a cualquier hora de la madrugada te puedan despertar los gritos, las maldiciones y las trifulcas de algunos borrachos. La policía local y por ende el Ayuntamiento tienen la obligación de velar por el descanso de los ciudadanos. Son muchos los que madrugan para ir al trabajo o para realizar sus exámenes y no hay derecho a que un día y otro unos energúmenos les rompan una y otra vez el sueño.
                Es incomprensible que dentro del recinto urbano se permitan las llamadas “salas after” que abren a las dos de la madrugada y cierran a las siete o las ocho, lugares donde se refugian los que ya van “calientes” de bebida. La calle Carril de San Cecilio y los muros de la iglesia del patrón de Granada, por ejemplo, se han convertido en el mingitorio público de muchos trasnochadores. El olor resulta insufrible y el suelo ahora está pegajoso y amarillento de tanto ácido úrico. Los pobres limpiadores que no han sido despedidos todavía por el Ayuntamiento no dan abasto. Esa falta de personal de hoy es una de las consecuencias, como antes dije, de los despilfarros de antes.
                Y sin irnos del barrio todavía, he de consignar que en el terreno existente ante el hotel Alhambra Palace se encontraron hace año y medio los restos de una importantísima necrópolis árabe con cuevas abovedadas, escaleras y no sé qué más y, en lugar de realizarse una excavación en toda regla, se han comenzado a tapiar las cuevas y a cubrir todo de tierra, ignoro con qué fines.
                Salgamos ahora de esos arrabales antiguos y vayámonos al centro. Nuestro alcalde parece gobernar sólo para los que viven en la Gran Vía, Puerta Real o la calle Recogidas, pero no ha pensado mucho en los que precisan cruzar ese centro dos o tres veces cada día para ir a su trabajo o a los hospitales o a la universidad. Gran parte de Granada se extiende sobre una llanura. Una persona podría ir desde Almanjáyar o desde la Chana hasta el Zaidín o hasta la Avenida de Cervantes en bicicleta en muy poco tiempo. Pero hacerlo ahora entre coches y autobuses es jugarse la vida. Hace unos años se remodeló la Gran Vía. Era el momento de haber realizado allí un carril-bici. Los bordes de las aceras se han levantado peligrosa y absurdamente y ese espacio hubiera servido para crear dicho carril. Tal vez habría que haber prescindido de los arbolitos, que podrían haber sido colocados en las calles adyacentes. Nadie me acuse de ir contra la vegetación pues yo mismo, en otro artículo, he denunciado la desaparición injustificada de los árboles casi centenarios de la calle Palacios. No, nadie me acuse de ello, pero es que, siendo la calle Reyes Católicos y la Gran Vía el único paso entre la Granada del este y la del oeste , hay que aprovechar al máximo cada centímetro cuadrado para facilitar la vida de los granadinos.
                Nuestro alcalde no comprende que llegan nuevas generaciones ávidas de un nuevo modelo de ciudad más acorde con las urbes de toda la Europa de hoy, una ciudad más ecológica, más cómoda y más culta. ¿A qué levantar un edificio tan feo como un embudo para el Centro García Lorca cuando existen palacios maravillosos en la ciudad como la Casa de los Vargas que se están viniendo abajo? ¿A qué pagar el Ayuntamiento alquileres de pisos y locales cuando no sabe qué hacer con palacios como el de la Cuesta de Santa Inés?
                Otro problema es el de la estación de ferrocarril. Yo me pregunto: ¿Habrá leído alguna vez el señor Torres Hurtado el capítulo de “Granada, la bella” que Ganivet dedica a nuestra estación de trenes? Desde luego, yo se lo recomiendo.
                Hablaba antes de las ciudades europeas. Pienso en Roma, en París, en Florencia, en Ámsterdam… donde las estaciones ferroviarias (y también las de autobuses) se ubican en el mismo centro con toda la comodidad que ello supone y no consigo explicarme qué intereses tiene el Ayuntamiento en llevarse la nuestra a las afueras de la ciudad.
                En el lugar donde se halla nuestra estación, cuando el viajero llega puede ya contemplar una primera magnífica estampa de la ciudad, de San Jerónimo, de la catedral y de la torre de la Vela… Y esas primeras impresiones son muy importantes.
                Pero es que aquí parece que nos molestan los turistas. Hay que gobernar para los de la calle Recogidas, pero también para todos los que viven del turismo en Granada, que son muchos, y lo que resulta bochornoso es que los autobuses que llevan a la Alhambra parezcan pequeñas cámaras de gas donde los visitantes se hacinan sin poder mover ni un pie. No es que esos pequeños autobuses constituyan un mal medio de transporte, no; lo que ocurre es que la oferta no se corresponde con la demanda. En lugar de salir uno cada quince minutos, tendrían que hacerlo cada tres. Y no hablemos de otras líneas de la “Rober”. Desde luego, no conozco nada tan nefasto como los monopolios. Si existieran varias empresas de autobuses urbanos no habría estos problemas.
                ¿Y del aeropuerto, qué decir? Hace unos años gozábamos conexión con numerosas ciudades del exterior. A la alcaldía incluso se le hicieron ofertas para contar con muchas más, pero a Torres Hurtado no le pareció bien. Málaga hace veinticinco años era un poblachón cuando se la comparaba con Granada. Hoy es una ciudad dinámica que compagina con acierto tradición y modernidad. Y no es que allí gobierne éste o el otro partido. Se trata de las personas, de políticos que tengan amor a su ciudad, buen gusto y que escuchen a quienes entienden Eso es lo necesario y lo que aquí se echa de menos.
                Antes de finalizar, quiero sugerir dos medidas sociales que considero muy necesarias para Granada: la creación de albergues para que los sin hogar sobrelleven el rigor del invierno, y la de piscinas públicas muy económicas para que los niños de familias humildes también disfruten del verano.
                He escrito todo esto porque yo sí amo a Granada y me duele verla en las actuales circunstancias y no me vale que un mes antes de las elecciones el alcalde inaugure por todo lo alto la nueva imagen del Camino de Ronda después de que se hayan arruinado el setenta por ciento de los negocios que había allí.
                Antenoche, hablando con un amigo mío muy culto, granadino de adopción, él me comentaba que aquí lo verdaderamente necesario sería un debate ciudadano en el que participaran personas de toda laya y en el que no todo se quedase en palabras, sino que a través del mismo se establecieran las bases para forjar la ciudad que todos queremos en las próximas décadas. Esa tal vez fuese la solución.

                                                                                              Fernando de Villena

                                                                              De la Academia de Buenas Letras de Granada