A modo de presentación


La obra de Fernando de Villena es, ante todo, una lucha titánica contra el desgaste de las palabras, como si le hubiera sido dado conservar su legado contra el deterioro del tiempo y la proliferación de los nuevos bárbaros. Por otra parte, De Villena conecta con la tradición más renovadora de la literatura española, como la Generación del 98 y, más atrás, con el Modernismo, Romanticismo y Culteranismo. Pero, a la vez, es un autor profundamente imbuido de su tiempo, inserto en el más nuevo paradigma. (G. Morales)

Aunque muchos no lo saben y otros no quieren saberlo, el poeta granadino Fernando de Villena es el autor de uno de los ciclos poéticos más ambiciosos, inquietantes y verdaderamente renovadores de cuantos se han producido en la poesía española de las últimas décadas. Este hecho lo convierte en referente obligado para un entendimiento riguroso de la última poesía española y en modelo cierto de las nuevas generaciones, que ya lo siguen con pasión. (J.Lupiáñez)

FRAGMENTOS DE OBRAS/ NARRATIVA


Fragmentos de obras

LA CASA DEL INDIANO

Capítulo I
El Viajero

No se rendía la capacidad de asombro de Pablo, pese a las muchas horas de viaje, pese a los dilatados transbordos en estaciones feas y desoladas, pese a lo poco que los nervios le habían permitido dormir la noche anterior. Y, en tanto el tren con suave traqueteo crenchaba los campos solitarios, los olivares humildes bajo un cielo de tormenta, las sombrías alamedas con barruntos de fangosos arroyos, él, que jamás antes había pisado tierra andaluza, miraba y remiraba con golosina de niño a través de las ventanas. De raro en raro un blanco caserío alteraba la parda monotonía del paisaje. Cruzaban batallones de estorninos confundidos por la novedad del tiempo desapacible. Aquí y allá veíanse senderos con polvo del verano ido, senderos que hubiera sido hermoso seguir. Sobre un gris y gastado cerro lección ofrecían de claro desengaño las ruinas de una atalaya o castillo árabe.
Si en lugar de ir desocupado -como el total del vagón y casi todo el tren- el asiento de frente a Pablo, allá hubiese un mediano observador, pudiera bien describirnos al viajero en estos términos:
Cruzado ya el meridiano de los años (que el poeta cifró en la edad de Cristo o poco más), pero con reliquias bastantes de una hermosura viril, aunque aniñada, que acaso fue moda en la década anterior; luengos cabellos castaños que principiaban a escasear adoselando un rostro donde las primeras arrugas pregones eran de amarguras o trabajos, donde los oscuros ojos devolvían a la otoñal tarde su tristeza, donde los delgados labios y la nariz valiente daban noticia de un carácter resoluto. Mediano de cuerpo y poco o nada robusto, con cierto aire nervioso.
A este veloz retrato añadiría yo que era elegante en su vestir, acaso con un punto de atrevimiento, y que una sola ojeada a su equipaje pudiera bastar para calificarlo de hombre de letras, pues en las tres grandes bolsas de viaje que con cierto descuido había colocado sobre los vecinos asientos, asomaban sus cantos varios libros de diversa laya. Más aún: no era difícil leer sobre el lomo de uno de aquellos volúmenes el título Noches Áticas, lo cual acaso fuese indicio de un gusto por la Antigüedad poco frecuente, cuando no evidencia de unos estudios clásicos.
Al presente, había encendido un cigarrillo y de nuevo admiraba el paisaje: todo se hacía más montuoso y extraño conforme se entraba la noche. El tren dejaba atrás lóbregos desfiladeros y roquedales de formas caprichosas.
¿No quería olvidar unos amores desgraciados? ni tenía en su mente pensamientos análogos a los de Ovidio cuando marchó hacia el Ponto. Había pedido traslado al sur porque ya le cansaba la vida de Madrid, de donde era natural y donde habían transcurrido su infancia entera y su juventud toda. Existe una edad en que los hombres precisan rodearse de silencio para escuchar su propia voz, los hondos dictámenes de su sangre. ?Es tan fácil perderse en el golfo cortesano, ensordecer con las músicas de los bares de alta noche, cuando no con los arrullos de las sirenas ocasionales! ?Es tan fácil no leer por encontrar demasiado a mano un sinfín de bibliotecas y librerías, no asistir al teatro o a las salas de conciertos por tener en casa la televisión con sus canales y artificios! ?Es tan fácil olvidarse de los campos y los montes porque hasta llegar a ellos existen kilómetros de edificios y atascos de circulación! ?Es tan fácil no encontrar el verdadero amor al perdernos en el bosque de las historias pasajeras! ?Es tan fácil no mirar un solo instante de frente a la muerte...!
Sí; Pablo llevaba ya siete años impartiendo clases de latín en un instituto de una barriada madrileña y por fin había descubierto que nada era más incompatible en este mundo que el lenguaje virgiliano y el de sus alumnos, las inquietudes de aquellos muchachos y los verbos semideponentes. Lo demás, hízolo la reposada lectura de Horacio, el afán de áurea mediocridad en comunión con la naturaleza. Para estar solo, mejor en un sitio donde se contase con la compañía de las estaciones. De una inmensa lista de nombres de pueblos que jamás había escuchado, pidió destino por orden alfabético. Confiaba en el azar.
Había cerrado la noche, cuando el revisor entró en su vagón y le dijo:
--¿Usted me había pedido que le avisase al llegar a Aldueña? Pues tiene que bajar en la próxima parada.

Fernando de Villena, La casa del indiano,
Granada, Port-Royal Ediciones, 1996



EL FANTASMA DE LA ACADEMIA

Tercera Parte
Capítulo III
Servicio de armas

A la una en punto de la madrugada el cabo de guardia me dejó en el puesto y se fue con los restantes soldados. Tres minutos después apareció Luis con dos grandes linternas y, sin decir palabra, nos pusimos a desplazar unos metros el pesado reloj de pared. No nos habíamos equivocado: la antigua losa sobre la que estuvo se hallaba partida y poseía un pequeño agujero por donde a buen seguro pasaban las ratas. Empresa más difícil nos resultó arrancar de su sitio los dos pesados fragmentos de la losa, pero quince minutos después habíamos concluido, dejando al descubierto unos gastadísimos peldaños que descendían hacia la negritud. Enfocamos una de nuestras linternas y comenzó la bajada. La humedad, el salitre o qué sé yo hacían dificultosa la respiración en aquel antro, mas no nos arredramos. Habíamos bajado hasta sesenta escalones cuando nos vimos en una espaciosa sala octogonal con sillares posiblemente de fábrica romana. En los muros se abrían nichos como de columbario. De súbito, Luis me prendió del brazo y, alarmadísimo, me hizo mirar hacia un punto donde yacía un cuerpo semidevorado por las ratas y los gusanos. Era terrible el hedor que impregnaba aquella milenaria cripta. Aún se conservaban jirones del uniforme de cadete. Sin duda estábamos ante los restos del infortunado Isidoro Vela. Junto a su ya casi monda calavera reposaba un machete con el que probablemente lo habían asesinado y, algo más allá, un gran agujero circular, como un pozo, nos llenó de nuevos temores. Enfocamos las linternas al profundo y vimos que también acá existían peldaños. Tras unos momentos de vacilación, decidimos continuar hacia abajo, aunque unos pequeños ruidos nos alertaron. Eran las ratas, que hasta entonces habían permanecido quietas por la novedad de la luz, pero que, ya ganada confianza, volvían a señorear aquellos antros tumbales. Comenzamos el descenso y, apenas habíamos bajado diez escalones, cuando escuchamos un estrépito sobre nuestras cabezas. Subimos velozmente para comprobar que el pozo en el que nos hallábamos había sido clausurado con una gran reja sobre nosotros, haciéndonos imposible la salida. Entonces oímos la voz del homicida que estaba tras todo aquel asunto:
                --¡Ahí os quedaréis para toda la eternidad, por entrometidos!
                Y con gran sorpresa vimos a la luz de la linterna al comandante Aguilar que se alejaba hacia arriba, dejándonos sumidos en la desesperación. Pensé en disparar, pero cuando puse el cargador al fusil aquel hipócrita había ya desaparecido de nuestro campo de visión.

Fernando de Villena, El fantasma de la Academia,
Granada, Port-Royal Ediciones, 1999

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