HISTORIETAS DE BERNARDO AMBROZ
FERNANDO DE VILLENA
Ed. Port-Royal, 2011
Novela corta con estructura de conjunto de relatos, cervantina hasta la médula pero ambientada en los primeros años sesenta, es esta narración en la que el autor usa dos quijotescos protagonistas que nos transportan a una Andalucía que podría ser perfectamente la Mancha: Bernardo Ambroz, viajante de seguros, y su ayudante Juanito, cuyas diferencias con Sancho Panza estriban más en su complexión robusta, grande y juvenil, pero cuyo pragmatismo, amor a la comida y buen vivir le hacen ser casi un doble del personaje cervantino. Ambroz, por su parte, ejerce de Alonso Quijano con la variante contraria de la sensatez, pero el amor a los libros y al arte, la tendencia a ayudar al desvalido y menesteroso le convierten en un moderno quijote andaluz.
Ambroz y Juanito viajan a bordo de un flamante Seat Seiscientos –todo un lujo, recién estrenado―por toda Andalucía, pueblo a pueblo, para dar cumplimiento al sufrido trabajo de agente de seguros rural. Recorren la geografía andaluza, disfrutan de la gastronomía popular, de las fiestas y de alguna que otra desgracia, mostrándonos el vivir cotidiano de gentes simples, afables más o menos, pero en general amables y de buen trato. No es la Andalucía de pandereta y flamenco, es la Andalucía del pueblo llano, el trabajo, aunque también la siesta. Sin ver a la familia más que los fines de semana, este impagable trabajador, inasequible al desaliento, recorre plazas y mercados, mesones y hoteluchos, a la vez que admira las bellezas del paisaje y los restos del pasado histórico, así como de rato en rato, lee con placer y fruición los libros que lleva como alimento del alma, mientras Juanito se alimenta de bocadillos de chorizo y atún con cebolla, y trata de dar salida a sus bullentes hormonas juveniles, belicosidad y capacidad para buscarse líos y dar quebraderos de cabeza a su jefe.
De Villena capta perfectamente la España de aquellos años, la España provinciana y rural, del pan con aceite, de la guardia civil y los gitanos, del estraperlo y las estafas miserables, de los primeros coches, los primeros televisores y los «juegos reunidos Geyper» y el parchís. Parece que estemos viendo cualquiera de las películas del primer Berlanga, y a la vez parece que revivamos a Cervantes en una actualidad que algunos aún recordamos haber vivido.
Plagada de anécdotas y aventuras curiosas, divertidas, de personajes típicos y en general entrañables, por la calidad humana de lo que nos cuenta y por el espléndido uso del lenguaje, y además, ilustrado con una serie de divertidos dibujos de Jose Antonio López Nevot, este libro De Villena entretiene, divierte, hace sentir cariño por esos personajes que sufren y gozan, malviven y sobreviven, adaptándose a lo que les toca con un espíritu muy reconocible para los que hemos conocido esos años. El lector disfrutará y pasará un rato muy agradable con esta amena y muy correcta lectura, que sabe a poco, pero como todo lo que es breve, gusta el doble.
Fernando de Villena (Granada, 1956) es un escritor español y miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, con una tesis sobre el poeta cordobés del siglo XVII Luis Carrillo de Sotomayor. Reside en la actualidad en Granada, donde es profesor de Literatura Española. Ha publicado novelas, varios libros de crítica literaria y poemarios. Su obra poética nace influida por la belleza y perfección formal de la poesía de los siglos de Oro ('Pensil de rimas celestes', 'Soledades III y IV' y 'Damas reales'), para abrirse más tarde a influencias contemporáneas. Cada uno de sus libros es una aventura distinta, unidos por el culto a la palabra, el amor al pasado, el gusto por las imágenes nuevas y por el color, la emoción ante la naturaleza, ante algunas obras del hombre y, sobre todo, por la búsqueda incesante de lo bello y lo misterioso.
http://lamiradadeariodante.blogspot.com.es/2012/06/una-novela-cervantina.html
JOSÉ LUPIÁÑEZ: LA HIEDRA Y EL
MÁRMOL
Pliegos de Alborán, nº12
Aunque muchos no lo saben y otros
no quieren saberlo, el poeta granadino Fernando de Villena es el autor de uno
de los ciclos poéticos más ambiciosos, inquietantes y verdaderamente
renovadores de cuantos se han producido en la poesía española de las últimas
décadas. Este hecho lo convierte en referente obligado para un entendimiento
riguroso de la última poesía española y en modelo cierto de las nuevas
generaciones, que ya lo siguen con pasión. Autor de una extensa obra, tanto
lírica como narrativa, ha conformado hasta el presente en tres grandes tramos
su producción en verso: Poesía (1980-1990) y Poesía (1990-2000) serían los dos
primeros y el tercero, en marcha, abierto con Los siete libros del Mediterráneo
(2009), al que han de sumarse La década sombría (2008), y más recientemente
Conticinio y Por el punzón oscuro, ambos publicados el pasado año. La hiedra y
el mármol (Ediciones Carena, Barcelona, 2009) vendría a ser, por el momento, el
último eslabón de esa cadena de títulos imprescindibles de su última etapa.
Concebido como un todo unitario,
y compuesto por cincuenta y dos poemas, La hiedra y el mármol, viene a abundar
en las constantes que configuran su particular universo expresivo y que podrían
definirse, a grandes rasgos, por una permanente inquietud estilística, que
acerca su voz a los modelos clásicos de los siglos de Oro; por un granadinismo militante,
que le mueve a convertir la ciudad de la Alhambra en protagonista simbólico de ese
universo suyo, puesto que es y ha sido el escenario de la propia vida del poeta
y fuente de inspiraciones sucesivas; y por un marcado pesimismo vital,
especialmente visible en sus últimas entregas, en las que no se esconde, por
otro lado, la denuncia de las injusticias, las guerras y los horrores de
nuestro tiempo. Y lo cierto es que, a pesar de que el poeta viene insistiendo
en un repertorio conocido de temas y asuntos, nunca defrauda con sus nuevas
respuestas, ya que es capaz de conducirnos a través de ellas hacia límites
inéditos y mostrarnos, en la variación, la riqueza prodigiosa de su palabra y
de su pensamiento.
Un pensamiento que, últimamente,
repasa lo vivido, recuerda lugares, seres queridos, observa la naturaleza,
evoca, sin dejar de ser cronista de la amarga realidad desde donde surge su
discurso. Así ocurre en este último libro, en el que seguimos otra vez el camino
que va «del sueño a la consciencia», de la juventud a la madurez, de lo
pasajero a lo permanente, c o m
o n o s d i c e
e n «Último Autorretrato»:
«Mirad en mí el camino del sueño a la consciencia: / una ascendente senda que
empieza con las rosas/ y encuentra las espinas y acaba en el dolor».
En ese itinerario, que lo ha sido
ya en libros precedentes, no han de faltarnos sus meditaciones sobre el paso
irreversible del tiempo (de la rosa a la espina, y con ella el dolor, es decir,
el desengaño); un itinerario que no es otro que el camino de la vida, por el
que el poeta, alerta ante lo misterioso, descifra en la naturaleza y en las
estaciones el enigma de lo fugaz, de lo transitorio. Como también persigue el
milagro o el drama que esconde la ciudad, su ciudad, las más de las ve c e
s c o n i n t e n c i ó n e j e m p l a r i z a n t e y moralizadora. Por eso se detiene en los
jardines, en los estanques, o se fija en las palmeras y los cipreses, en las
nubes o las cumbres de su entorno vital, porque detrás de todo ello aguarda una
enseñanza en la que se juntan esplendor y tristeza, pasión y desventura, como
peldaños de una secreta escala hacia el conocimiento. De su gusto por los
ciclos, por las estaciones y, en general por cuanto se mide en tiempo, es buena
muestra la serie dedicada a los meses del año, de la que hemos visto otros
ejemplos, pero que aquí vuelve con el añadido de su particular homenaje a la
ciudad natal, sentida desde dos posiciones diferentes: desde la contemplación
idealizadora, que la convierte en paradigma de belleza, por una parte; al
tiempo que encarnación frecuente de la ingratitud y del olvido, por otra.
Ciudad, jardines, naturaleza,
cielos, para contar a través de metáforas o alegorías cargadas de simbolismo la
indefensión fatal del ser humano, su condición efímera. Así ocurre en el poema
«Nubes», en cuyas formas cambiantes ve el poeta un trasunto de nuestras vidas: «Y
no nos damos cuenta/ de todo cuanto esconden/ sus límites efímeros. / Y apenas
comprendemos/ que son un fiel reflejo/ de todas nuestras vidas/ que a la deriva
marchan/ y se van deshaciendo poco a poco.» De la contemplación a la reflexión;
a la meditación barroca sobre la derrota, la muerte, la vejez, el desengaño,
con alguna que otra reticencia ante el triunfo que se le hurta o el galardón
que se le niega. Ascienden los mediocres y son reconocidos quienes más traicionan
en su escritura el compromiso con la belleza y con la verdad, que ha venido a
ser el lema de su particular cruzada creativa: «Y cuando un galardón,
pensábamos, / nos sería otorgado/ deprecio solamente recibimos/ silencio o tal
vez burlas».
Volvemos a encontrarnos con las
menciones a su círculo íntimo, el de los suyos, el de la familia, en la que ve
el escritor una de las razones más poderosas que dan sentido a sus días («Ausencia»).
Especial protagonismo adquiere aquí su hija Teresa, a la que dedica dos
hermosos poemas, uno de ellos con fondo florentino. Y también aparecen, aunque con
menos profusión que en series anteriores, sus pasiones literarias, con
Abentofail,
Cansinos Asséns o el homenaje a
Elena Martín Vivaldi, en «Elena y el mar», como muestra de ello. Poesía de la
emoción, en fin, atrevida, brillante, verdadera, luminosa, porque al poeta que
lo es, siempre se le encuentra en la escritura, que resulta, en este caso, el
envés de su vida. Así se nos sugiere, a modo de breve testamento, en el poema
de un verso que cierra el libro: «Buscadme siempre en mi palabra escrita».
Seguro que hallaremos al hombre y al poeta.
Febrero 2010
(...) después de la penumbra espero luces.
F. de V.
Un hombre y su vida. Un hombre y la vida. Un hombre a
la expectativa. No es fácil capear la propia suerte. No es nada fácil ver cómo
van pasando por tu cuerpo las caricias, sin vuelta atrás. Y el tacto del mar
deja un poso de duda y sombra la luz del horizonte. ¿Dónde estás exactamente?
¿Dónde está el amor de tu vida, dónde las olas de su pasión vespertina? ¿Y la
espuma? ¿Y la percusión de la lluvia? El tiempo arrecia su viento de años
contra las costillas. Y la inteligencia se muestra más esquiva a la hora de
entender la lírica de la historia. Porque hay una lírica detrás de cada cosa,
seguro. Tiene que haberla. Para que se sustenten en el ser las palabras y los siglos.
Hasta dentro del dolor más espeso o en la soledad más delgada. Esa lírica que
canta el temblor de la esencia es la vida de Fernando de Villena.
Un gran poeta que ha circunvalado el mundo a base de seguir la pista del alma.
Leo su último libro, leo La década sombría (EH editores). Un
hombre y su vida. Un hombre y la vida. Un hombre a la expectativa de que no
todo sea una despedida. (Por Dios, que quede algo). Nostalgia de parques,
paisajes y veranos de infancia. Nostalgia de las palabras antiguas que le salen
al paso. Nostalgia de la nostalgia de otros días. Fernando ha
puesto su vida en las palabras y Villena piensa que ya nada es
lo mismo. “Y yo que día a día, / poco a poco me voy, / verso tras verso escribo
/ a manera de amable despedida”. El poeta sólo confía en la brisa, en la
conversación de los más fieles amigos o en el sueño de escribir el poema
definitivo (podría ser, podría ser). Ya no le emociona la belleza de la misma
manera, con aquella tensión inaudita de entonces. Siente que le flaquean las
fuerzas (“ya escribí suficiente”) y quiere poner en orden sus asuntos, es
decir, la esperanza de poder volver a discernir el sentido de su vida. Que no
es otro que el decirnos a los demás la verdad del mundo: su maravilla. En fin, Fernando
de Villena. Poeta de Granada.
Publicado por Guillermo Urbizu
LOS SIETE LIBROS DEL MEDITERRÁNEO
– Fernando de Villena
Publicado por Arauxo
Tendido bajo el
sol, verde o celeste,
se mira en el
espejo de los cielos
y sonríe de espumas
en espera
de otra voz que
proclame su grandeza.
No parece este rincón de ninguna
parte morada amable o placentera para el hacedor de estrofas, ni sus lares
hogares cálidos, puertos francos, plácidos refugios para Calíope, Erato u otras
musas del verso. No parece esta onírica irrealidad del éter que frecuentamos
ágora hospitalaria con rapsodas que a la vida canten como sólo saben hacerlo
los que en verso sueñan. No parece este mundo, pese a que sobre otros flota y
en ellos se contempla, saber nada de líricos ensueños ni evocadoras rimas. No
parece Hislibris, no, lugar acogedor para poetas. No parece, no… pero debiera.
Porque también los versos recrean
historias y porque también la Historia recorre los versos; y, sobre todo,
porque en las historias que contaron y cuentan, que cantaron y cantan los
bardos, juglares y trovadores, se esconde, encriptada entre rimas, aliteraciones,
ritmos y cuartetas, el Alma de la Historia. Como ese aroma vetusto, rancio,
añejo y, sin embargo alegre, juvenil, lozano que, trasvinado entre los versos y
exudado en pequeñas gotas nostálgicas y a un tiempo refrescantes, melancólicas
pero esperanzadas, salpican, con la fuerza de un mar embravecido, al lector que
paladea, saboreando cada palabra, cada verso y cada estrofa, la hermosa oda de
Los siete libros del Mediterráneo.
Porque el exquisito y hondo
regusto del pasado revivido y la intensa fragancia del presente imaginado
conviven, indisolubles, en los versos de Fernando de Villena. Su mar, nuestro
mar, es un mar longevo y vivo, provecto y joven, antiguo y nuevo, curioso y
sabio, resabiado e inocente a un tiempo. Un mar cuyas olas, en su eterna llegada
a las orillas, nos devuelven una y otra vez recuerdos de gentes y mundos que
fueron, que fuimos, y que, en su eterna partida hacia el horizonte, arrastran
consigo el dolor y los sueños de gentes y mundos que son y que somos. Y así,
desde Granada a Jerusalén, navegando en cabotaje, haciendo escala en el ayer
tantas veces olvidado y más aún añorado, y recorriendo el hoy imaginado a
través del sufrimiento y la esperanza, Fernando comanda y pilota su nave hacia
esos puertos que él -como nosotros-, ahora y siempre sueña, siente y vive tan
lejos, tan cerca. Barcelona, Venecia, Roma, Corinto, Atenas, Constantinopla,
Esmirna, Damasco, Acre, Jerusalén… y en el retorno Alejandría, Trípoli,
Cartago, Tetuán, Málaga… Qué bellos, Fernando, los versos melancólicos que quedan
en Rávena («¿Quién hoy decir podría/ que fuiste de un imperio la cabeza/ Oh,
Rávena, escabel ya del silencio»); que hermosa la Troya de ayer desde el
presente («Murieron los guerreros/ y quedan las palabras»); que emoción
contenida en Jericó («Allá está Jericó/ posada tal paloma sobre el llano/ muy
cerca ya de la ciudad más santa»), que anuncia esa Jerusalén que tanto lloras y
que tanto amas…
Hoy, como ayer; el ayer,
transfigurado en hoy, que devuelven las olas de un mar celeste y deslumbrante a
veces; verdusco, gris y oscuro, otras; y, muchas, demasiadas, teñido en rojo
sangre. Ese ayer al que Fernando canta desde el hoy que en él se busca y
reconoce: los mismos sueños, virtudes, gestas e ideales de aquella Grecia, cuyo
valor e inteligencia, hoy como ayer, asoman entre miserias, ruindades y
llantos; la misma noble grandeza, la misma y viril fuerza que, hoy como ayer,
se hunde en un abismo de soledad y olvido, en la muerte que acecha, próxima e
inexorable, a aquella vieja Roma que Fernando dibuja con perfiles de cónsul
veterano y entre cómplices guiños al cantor de la muerta Itálica («No me
inquieta la muerte, Fabio amigo./ He vivido bastante y ya me cansan/ la rueda
de los meses/ y la ciega estulticia de los hombres»); el mismo apasionado y
sensual amor, la misma fe intimista que eleva al cielo la oración del alma, el
mismo honor inquebrantable al que cantaron aquellas dos orillas tan próximas y
tan distantes, la de Alá y la de Cristo, y que hoy como ayer, se maldicen, se
temen y se odian, llorándose a sí mismas en las joyas que para siempre
perdieron: la Constantinopla que se fue y la Granada –tu Granada, Fernando- que
vino: ¡Qué buena embajada! ¡Qué nueva tan nueva / la que el aire lleva! /
«¡Ganada es Granada!.»
¡Cuánta vida en tus versos,
Fernando! No hay mar más vivo que tu Mediterráneo ni tierras más llenas de
pueblos, de gentes, de hombres, de nombres, que las riberas que tu imaginación
recorre en ese nostálgico viaje a través del mar, de la tierra y del tiempo. No
hay ciudades muertas ni vacíos rincones en tus versos, no. Entre heptasílabos y
endecasílabos se agolpan y esconden, desfilan, aparecen, viven y mueren
cruzados, navegantes, hoplitas, judíos, doncellas, apóstoles, amantes, iberos,
senadores, esclavos, almogávares, bañistas, turcos, místicos, bárbaros,
espaldas mojadas, filósofos… Y, como figuras para un retablo de sal y espuma,
Diógenes, Saulo, Abd-ar-Rahmán, Cervantes, Vivaldi, Rubén Darío, Abdelkrim… y
Moisés, y Garcilaso, y el Gran Gkan, y Afrodita, y… Y tú, Fernando, sobre todo,
tú, acrisolado y purificado entre tus versos, desnudo frente al mar, abrumado
por la inmensidad del tiempo y del alma («Medir mi vida en olas me propongo. /
Ya no aguanto las horas, los minutos / los meses o los años») humilde ante la
Historia y ante el Hombre, temeroso de Dios y de su Verbo, y, sobre todo,
esperanzado hacia el mañana en el hondo desconsuelo del hoy («¡Cuánto dolor
sellado / qué impotencia tan triste / la del Mediterráneo!»), embebido, eso sí,
de ese optimismo cristiano y de ese humanismo militante que mueve tu alma, que
puebla tus entrañas y que rezuman tus versos. Y contigo, Fernando, nosotros
mismos, a través de tu mirada honesta, de tu soñado viaje, de tu vivencia
honda, de tu sincera oferta, de tus hermosas palabras. Porque tú mismo sabes, Fernando,
que no es terrible la muerte / pues antes de morir somos eternos.
No, no había versos ni poetas en
Hislibris. Pero algunos merecen mucho más que un lugar de honor en esta casa.
Porque el honor… es nuestro.
Gracias, Fernando.
Fernando de Villena
LOS SIETE LIBROS DEL MEDITERRÁNEO
Ediciones Evohé 2009
UDAIPUR, DE FERNANDO VILLENA
Reseña por MORALES LOMAS
La narrativa del escritor
granadino Fernando de Villena, XV Premio Andalucía de la Crítica por su novela
El testigo de los tiempos, va creciendo cada año con nuevas entregas que nos
muestran a un escritor incansable que desde la Transición ha hecho de la
literatura su vida. Su última entrega es Udaipur, novela publicada en Barcelona,
en la bella colección de narrativa de Ediciones Carena que dirige José
Membrive.
En los últimos años son las
aventuras el escenario propicio para el desarrollo de la pasión novelesca en un
ámbito cercano en ocasiones a la novela bizantina de la que toma atajos o con
la que presenta similitudes, por ejemplo, en el casamiento, en el cúmulo de
escenarios y dificultades de diversa laya que deben sobrepasar los
protagonistas…
Udaipur desarrolla una historia
que va desde Venecia hasta este mágico lugar de la India, Udaipur, un paraíso
en el estado federal hindú de Rajastán, al pie de los montes Aravelli, conocida
también como la ciudad de los lagos. A través de la voz narrativa en primera y
tercera personas nos llega ese perspectivismo más intimista o más objetivo con
intención de introducir una historia atractiva para el lector y muy ágil en su
desarrollo de la intriga hasta el punto de que hay una voluntad estética en el
escritor para permitir la continuidad en la lectura.
En ese espacio que toma el viaje
como centro de la acción novelesca, como sucedía en El testigo de los tiempos,
se ensamblan dos elementos diversos: el viaje como ámbito descriptivo y emotivo
y la acción novelesca con una trama en la que está asegurado el suspense y los
riachuelos secundarios que hacen crecer la historia. Con vivacidad narrativa y
sutileza, Fernando de Villena nos va cautivando con esa especial percepción del
paisaje que va mostrándonos y con la singladura de los personajes y sus
historias amatorias: Isabela, la protagonista, y su amado el señor de Clery.
La historia comienza en Venecia,
cuando Isabela nos cuenta su vida, la muerte de su padre, su madre, su tío
Ludivico Bonesana, la anciana Marcia, su tía Clara… y el descubrimiento del
manuscrito de Franco Alberoni, un antepasado suyo, sobre Udaipur. Ello le
animará a iniciar el viaje que se va a ver alterado por las intrigas de su
primo Genaro Bonesana para hacerse con la herencia que cree le pertenece y la
contratación de un asesino a sueldo, Lucio Cobos, que se dirigirá hacia la
ciudad hindú para solventar con su muerte la intriga hereditaria. En ese viaje,
Isabela encuentra a un misterioso Olivier de la Motte del que sabremos más al
seguir su lectura y nos adentrará en el misterio. Pronto sabremos lo que
maquinan el abate Ponciano y Bonesana mientras sigue su aventura por Goa,
paralela a la que seguirá Olivier de la Motte y el sicario Lucio Cobos…
La novela está organizada en
diecisiete capítulos breves que poseen una linealidad a veces alterada con las
situaciones dicotómicas de la historia de Clery e Isabela que al final acaban
uniéndose.
Se trata de una obra de acción,
misteriosa y dotada de una documentación histórica pero sobre todo de una
voluntad manifiesta de crear una obra literaria que entretenga al público y
pueda sentirse recompensado por la intriga criminal con la que se entrelaza y
con la encrucijada amorosa, lo que permite hablar de integración de géneros
novelescos pues tanto aparece la novela sentimental, la histórica, la de
aventuras como la de corte detectivesco. Todo ello unido a la pasión que
observamos por el viaje y el atractivo de Oriente.
El lector realiza esa travesía
con la sutileza y el encanto de la intriga y el buen hacer de uno de los
narradores actuales más atractivos.
Publicado por Morales Lomas
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