A modo de presentación


La obra de Fernando de Villena es, ante todo, una lucha titánica contra el desgaste de las palabras, como si le hubiera sido dado conservar su legado contra el deterioro del tiempo y la proliferación de los nuevos bárbaros. Por otra parte, De Villena conecta con la tradición más renovadora de la literatura española, como la Generación del 98 y, más atrás, con el Modernismo, Romanticismo y Culteranismo. Pero, a la vez, es un autor profundamente imbuido de su tiempo, inserto en el más nuevo paradigma. (G. Morales)

Aunque muchos no lo saben y otros no quieren saberlo, el poeta granadino Fernando de Villena es el autor de uno de los ciclos poéticos más ambiciosos, inquietantes y verdaderamente renovadores de cuantos se han producido en la poesía española de las últimas décadas. Este hecho lo convierte en referente obligado para un entendimiento riguroso de la última poesía española y en modelo cierto de las nuevas generaciones, que ya lo siguen con pasión. (J.Lupiáñez)

RESEÑAS SOBRE MI OBRA



HISTORIETAS DE BERNARDO AMBROZ
FERNANDO DE VILLENA
Ed. Port-Royal, 2011

Novela corta con estructura de conjunto de relatos, cervantina hasta la médula pero ambientada en los primeros años sesenta, es esta narración en la que el autor usa dos quijotescos protagonistas que nos transportan a una Andalucía que podría ser perfectamente la Mancha: Bernardo Ambroz, viajante de seguros, y su ayudante Juanito, cuyas diferencias con Sancho Panza estriban más en su complexión robusta, grande y juvenil, pero cuyo pragmatismo, amor a la comida y buen vivir le hacen ser casi un doble del personaje cervantino. Ambroz, por su parte, ejerce de Alonso Quijano con la variante contraria de la sensatez, pero el amor a los libros y al arte, la tendencia a ayudar al desvalido y menesteroso le convierten en un moderno quijote andaluz.

Ambroz y Juanito viajan a bordo de un flamante Seat Seiscientos –todo un lujo, recién estrenado―por toda Andalucía, pueblo a pueblo, para dar cumplimiento al sufrido trabajo de agente de seguros rural. Recorren la geografía andaluza, disfrutan de la gastronomía popular, de las fiestas y de alguna que otra desgracia, mostrándonos el vivir cotidiano de gentes simples, afables más o menos, pero en general amables y de buen trato. No es la Andalucía de pandereta y flamenco, es la Andalucía del pueblo llano, el trabajo, aunque también la siesta. Sin ver a la familia más que los fines de semana, este impagable trabajador, inasequible al desaliento, recorre plazas y mercados, mesones y hoteluchos, a la vez que admira las bellezas del paisaje y los restos del pasado histórico, así como de rato en rato, lee con placer y fruición los libros que lleva como alimento del alma, mientras Juanito se alimenta de bocadillos de chorizo y atún con cebolla, y trata de dar salida a sus bullentes hormonas juveniles, belicosidad y capacidad para buscarse líos y dar quebraderos de cabeza a su jefe.

De Villena capta perfectamente la España de aquellos años, la España provinciana y rural, del pan con aceite, de la guardia civil y los gitanos, del estraperlo y las estafas miserables, de los primeros coches, los primeros televisores y los «juegos reunidos Geyper» y el parchís. Parece que estemos viendo cualquiera de las películas del primer Berlanga, y a la vez parece que revivamos a Cervantes en una actualidad que algunos aún recordamos haber vivido.
Plagada de anécdotas y aventuras curiosas, divertidas, de personajes típicos y en general entrañables, por la calidad humana de lo que nos cuenta y por el espléndido uso del lenguaje,  y además, ilustrado con una serie de divertidos dibujos de Jose Antonio López Nevot, este libro De Villena entretiene, divierte, hace sentir cariño por esos personajes que sufren y gozan, malviven y sobreviven,  adaptándose a lo que les toca con un espíritu muy reconocible para los que hemos conocido esos años. El lector  disfrutará y pasará un rato muy agradable con esta amena y muy correcta lectura, que sabe a poco, pero como todo lo que es breve, gusta el doble.

Fernando de Villena (Granada, 1956) es un escritor español y miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada. Doctor en Filología Hispánica por la Universidad de Granada, con una tesis sobre el poeta cordobés del siglo XVII Luis Carrillo de Sotomayor. Reside en la actualidad en Granada, donde es profesor de Literatura Española. Ha publicado novelas, varios libros de crítica literaria y poemarios. Su obra poética nace influida por la belleza y perfección formal de la poesía de los siglos de Oro ('Pensil de rimas celestes', 'Soledades III y IV' y 'Damas reales'), para abrirse más tarde a influencias contemporáneas. Cada uno de sus libros es una aventura distinta, unidos por el culto a la palabra, el amor al pasado, el gusto por las imágenes nuevas y por el color, la emoción ante la naturaleza, ante algunas obras del hombre y, sobre todo, por la búsqueda incesante de lo bello y lo misterioso.
http://lamiradadeariodante.blogspot.com.es/2012/06/una-novela-cervantina.html

JOSÉ LUPIÁÑEZ: LA HIEDRA Y EL MÁRMOL
Pliegos de Alborán, nº12 

Aunque muchos no lo saben y otros no quieren saberlo, el poeta granadino Fernando de Villena es el autor de uno de los ciclos poéticos más ambiciosos, inquietantes y verdaderamente renovadores de cuantos se han producido en la poesía española de las últimas décadas. Este hecho lo convierte en referente obligado para un entendimiento riguroso de la última poesía española y en modelo cierto de las nuevas generaciones, que ya lo siguen con pasión. Autor de una extensa obra, tanto lírica como narrativa, ha conformado hasta el presente en tres grandes tramos su producción en verso: Poesía (1980-1990) y Poesía (1990-2000) serían los dos primeros y el tercero, en marcha, abierto con Los siete libros del Mediterráneo (2009), al que han de sumarse La década sombría (2008), y más recientemente Conticinio y Por el punzón oscuro, ambos publicados el pasado año. La hiedra y el mármol (Ediciones Carena, Barcelona, 2009) vendría a ser, por el momento, el último eslabón de esa cadena de títulos imprescindibles de su última etapa.

Concebido como un todo unitario, y compuesto por cincuenta y dos poemas, La hiedra y el mármol, viene a abundar en las constantes que configuran su particular universo expresivo y que podrían definirse, a grandes rasgos, por una permanente inquietud estilística, que acerca su voz a los modelos clásicos de los siglos de Oro; por un granadinismo militante, que le mueve a convertir la ciudad de la Alhambra en protagonista simbólico de ese universo suyo, puesto que es y ha sido el escenario de la propia vida del poeta y fuente de inspiraciones sucesivas; y por un marcado pesimismo vital, especialmente visible en sus últimas entregas, en las que no se esconde, por otro lado, la denuncia de las injusticias, las guerras y los horrores de nuestro tiempo. Y lo cierto es que, a pesar de que el poeta viene insistiendo en un repertorio conocido de temas y asuntos, nunca defrauda con sus nuevas respuestas, ya que es capaz de conducirnos a través de ellas hacia límites inéditos y mostrarnos, en la variación, la riqueza prodigiosa de su palabra y de su pensamiento.
Un pensamiento que, últimamente, repasa lo vivido, recuerda lugares, seres queridos, observa la naturaleza, evoca, sin dejar de ser cronista de la amarga realidad desde donde surge su discurso. Así ocurre en este último libro, en el que seguimos otra vez el camino que va «del sueño a la consciencia», de la juventud a la madurez, de lo pasajero a lo permanente,  c o m o   n o s   d i c e   e n  «Último Autorretrato»: «Mirad en mí el camino del sueño a la consciencia: / una ascendente senda que empieza con las rosas/ y encuentra las espinas y acaba en el dolor».

En ese itinerario, que lo ha sido ya en libros precedentes, no han de faltarnos sus meditaciones sobre el paso irreversible del tiempo (de la rosa a la espina, y con ella el dolor, es decir, el desengaño); un itinerario que no es otro que el camino de la vida, por el que el poeta, alerta ante lo misterioso, descifra en la naturaleza y en las estaciones el enigma de lo fugaz, de lo transitorio. Como también persigue el milagro o el drama que esconde la ciudad, su ciudad, las más de las ve c e s   c o n   i n t e n c i ó n   e j e m p l a r i z a n t e   y moralizadora. Por eso se detiene en los jardines, en los estanques, o se fija en las palmeras y los cipreses, en las nubes o las cumbres de su entorno vital, porque detrás de todo ello aguarda una enseñanza en la que se juntan esplendor y tristeza, pasión y desventura, como peldaños de una secreta escala hacia el conocimiento. De su gusto por los ciclos, por las estaciones y, en general por cuanto se mide en tiempo, es buena muestra la serie dedicada a los meses del año, de la que hemos visto otros ejemplos, pero que aquí vuelve con el añadido de su particular homenaje a la ciudad natal, sentida desde dos posiciones diferentes: desde la contemplación idealizadora, que la convierte en paradigma de belleza, por una parte; al tiempo que encarnación frecuente de la ingratitud y del olvido, por otra.

Ciudad, jardines, naturaleza, cielos, para contar a través de metáforas o alegorías cargadas de simbolismo la indefensión fatal del ser humano, su condición efímera. Así ocurre en el poema «Nubes», en cuyas formas cambiantes ve el poeta un trasunto de nuestras vidas: «Y no nos damos cuenta/ de todo cuanto esconden/ sus límites efímeros. / Y apenas comprendemos/ que son un fiel reflejo/ de todas nuestras vidas/ que a la deriva marchan/ y se van deshaciendo poco a poco.» De la contemplación a la reflexión; a la meditación barroca sobre la derrota, la muerte, la vejez, el desengaño, con alguna que otra reticencia ante el triunfo que se le hurta o el galardón que se le niega. Ascienden los mediocres y son reconocidos quienes más traicionan en su escritura el compromiso con la belleza y con la verdad, que ha venido a ser el lema de su particular cruzada creativa: «Y cuando un galardón, pensábamos, / nos sería otorgado/ deprecio solamente recibimos/ silencio o tal vez burlas».
Volvemos a encontrarnos con las menciones a su círculo íntimo, el de los suyos, el de la familia, en la que ve el escritor una de las razones más poderosas que dan sentido a sus días («Ausencia»). Especial protagonismo adquiere aquí su hija Teresa, a la que dedica dos hermosos poemas, uno de ellos con fondo florentino. Y también aparecen, aunque con menos profusión que en series anteriores, sus pasiones literarias, con Abentofail,
Cansinos Asséns o el homenaje a Elena Martín Vivaldi, en «Elena y el mar», como muestra de ello. Poesía de la emoción, en fin, atrevida, brillante, verdadera, luminosa, porque al poeta que lo es, siempre se le encuentra en la escritura, que resulta, en este caso, el envés de su vida. Así se nos sugiere, a modo de breve testamento, en el poema de un verso que cierra el libro: «Buscadme siempre en mi palabra escrita». Seguro que hallaremos al hombre y al poeta.
Febrero 2010



(...) después de la penumbra espero luces.
F. de V.


Un hombre y su vida. Un hombre y la vida. Un hombre a la expectativa. No es fácil capear la propia suerte. No es nada fácil ver cómo van pasando por tu cuerpo las caricias, sin vuelta atrás. Y el tacto del mar deja un poso de duda y sombra la luz del horizonte. ¿Dónde estás exactamente? ¿Dónde está el amor de tu vida, dónde las olas de su pasión vespertina? ¿Y la espuma? ¿Y la percusión de la lluvia? El tiempo arrecia su viento de años contra las costillas. Y la inteligencia se muestra más esquiva a la hora de entender la lírica de la historia. Porque hay una lírica detrás de cada cosa, seguro. Tiene que haberla. Para que se sustenten en el ser las palabras y los siglos. Hasta dentro del dolor más espeso o en la soledad más delgada. Esa lírica que canta el temblor de la esencia es la vida de Fernando de Villena. Un gran poeta que ha circunvalado el mundo a base de seguir la pista del alma. Leo su último libro, leo La década sombría (EH editores). Un hombre y su vida. Un hombre y la vida. Un hombre a la expectativa de que no todo sea una despedida. (Por Dios, que quede algo). Nostalgia de parques, paisajes y veranos de infancia. Nostalgia de las palabras antiguas que le salen al paso. Nostalgia de la nostalgia de otros días. Fernando ha puesto su vida en las palabras y Villena piensa que ya nada es lo mismo. “Y yo que día a día, / poco a poco me voy, / verso tras verso escribo / a manera de amable despedida”. El poeta sólo confía en la brisa, en la conversación de los más fieles amigos o en el sueño de escribir el poema definitivo (podría ser, podría ser). Ya no le emociona la belleza de la misma manera, con aquella tensión inaudita de entonces. Siente que le flaquean las fuerzas (“ya escribí suficiente”) y quiere poner en orden sus asuntos, es decir, la esperanza de poder volver a discernir el sentido de su vida. Que no es otro que el decirnos a los demás la verdad del mundo: su maravilla. En fin, Fernando de Villena. Poeta de Granada.
Publicado por Guillermo Urbizu 
Etiquetas: Reseñas de libros

LOS SIETE LIBROS DEL MEDITERRÁNEO – Fernando de Villena
Publicado por Arauxo 

Tendido bajo el sol, verde o celeste,
se mira en el espejo de los cielos
y sonríe de espumas en espera
de otra voz que proclame su grandeza.

No parece este rincón de ninguna parte morada amable o placentera para el hacedor de estrofas, ni sus lares hogares cálidos, puertos francos, plácidos refugios para Calíope, Erato u otras musas del verso. No parece esta onírica irrealidad del éter que frecuentamos ágora hospitalaria con rapsodas que a la vida canten como sólo saben hacerlo los que en verso sueñan. No parece este mundo, pese a que sobre otros flota y en ellos se contempla, saber nada de líricos ensueños ni evocadoras rimas. No parece Hislibris, no, lugar acogedor para poetas. No parece, no… pero debiera.
Porque también los versos recrean historias y porque también la Historia recorre los versos; y, sobre todo, porque en las historias que contaron y cuentan, que cantaron y cantan los bardos, juglares y trovadores, se esconde, encriptada entre rimas, aliteraciones, ritmos y cuartetas, el Alma de la Historia. Como ese aroma vetusto, rancio, añejo y, sin embargo alegre, juvenil, lozano que, trasvinado entre los versos y exudado en pequeñas gotas nostálgicas y a un tiempo refrescantes, melancólicas pero esperanzadas, salpican, con la fuerza de un mar embravecido, al lector que paladea, saboreando cada palabra, cada verso y cada estrofa, la hermosa oda de Los siete libros del Mediterráneo.
Porque el exquisito y hondo regusto del pasado revivido y la intensa fragancia del presente imaginado conviven, indisolubles, en los versos de Fernando de Villena. Su mar, nuestro mar, es un mar longevo y vivo, provecto y joven, antiguo y nuevo, curioso y sabio, resabiado e inocente a un tiempo. Un mar cuyas olas, en su eterna llegada a las orillas, nos devuelven una y otra vez recuerdos de gentes y mundos que fueron, que fuimos, y que, en su eterna partida hacia el horizonte, arrastran consigo el dolor y los sueños de gentes y mundos que son y que somos. Y así, desde Granada a Jerusalén, navegando en cabotaje, haciendo escala en el ayer tantas veces olvidado y más aún añorado, y recorriendo el hoy imaginado a través del sufrimiento y la esperanza, Fernando comanda y pilota su nave hacia esos puertos que él -como nosotros-, ahora y siempre sueña, siente y vive tan lejos, tan cerca. Barcelona, Venecia, Roma, Corinto, Atenas, Constantinopla, Esmirna, Damasco, Acre, Jerusalén… y en el retorno Alejandría, Trípoli, Cartago, Tetuán, Málaga… Qué bellos, Fernando, los versos melancólicos que quedan en Rávena («¿Quién hoy decir podría/ que fuiste de un imperio la cabeza/ Oh, Rávena, escabel ya del silencio»); que hermosa la Troya de ayer desde el presente («Murieron los guerreros/ y quedan las palabras»); que emoción contenida en Jericó («Allá está Jericó/ posada tal paloma sobre el llano/ muy cerca ya de la ciudad más santa»), que anuncia esa Jerusalén que tanto lloras y que tanto amas…
Hoy, como ayer; el ayer, transfigurado en hoy, que devuelven las olas de un mar celeste y deslumbrante a veces; verdusco, gris y oscuro, otras; y, muchas, demasiadas, teñido en rojo sangre. Ese ayer al que Fernando canta desde el hoy que en él se busca y reconoce: los mismos sueños, virtudes, gestas e ideales de aquella Grecia, cuyo valor e inteligencia, hoy como ayer, asoman entre miserias, ruindades y llantos; la misma noble grandeza, la misma y viril fuerza que, hoy como ayer, se hunde en un abismo de soledad y olvido, en la muerte que acecha, próxima e inexorable, a aquella vieja Roma que Fernando dibuja con perfiles de cónsul veterano y entre cómplices guiños al cantor de la muerta Itálica («No me inquieta la muerte, Fabio amigo./ He vivido bastante y ya me cansan/ la rueda de los meses/ y la ciega estulticia de los hombres»); el mismo apasionado y sensual amor, la misma fe intimista que eleva al cielo la oración del alma, el mismo honor inquebrantable al que cantaron aquellas dos orillas tan próximas y tan distantes, la de Alá y la de Cristo, y que hoy como ayer, se maldicen, se temen y se odian, llorándose a sí mismas en las joyas que para siempre perdieron: la Constantinopla que se fue y la Granada –tu Granada, Fernando- que vino: ¡Qué buena embajada! ¡Qué nueva tan nueva / la que el aire lleva! / «¡Ganada es Granada!.»
¡Cuánta vida en tus versos, Fernando! No hay mar más vivo que tu Mediterráneo ni tierras más llenas de pueblos, de gentes, de hombres, de nombres, que las riberas que tu imaginación recorre en ese nostálgico viaje a través del mar, de la tierra y del tiempo. No hay ciudades muertas ni vacíos rincones en tus versos, no. Entre heptasílabos y endecasílabos se agolpan y esconden, desfilan, aparecen, viven y mueren cruzados, navegantes, hoplitas, judíos, doncellas, apóstoles, amantes, iberos, senadores, esclavos, almogávares, bañistas, turcos, místicos, bárbaros, espaldas mojadas, filósofos… Y, como figuras para un retablo de sal y espuma, Diógenes, Saulo, Abd-ar-Rahmán, Cervantes, Vivaldi, Rubén Darío, Abdelkrim… y Moisés, y Garcilaso, y el Gran Gkan, y Afrodita, y… Y tú, Fernando, sobre todo, tú, acrisolado y purificado entre tus versos, desnudo frente al mar, abrumado por la inmensidad del tiempo y del alma («Medir mi vida en olas me propongo. / Ya no aguanto las horas, los minutos / los meses o los años») humilde ante la Historia y ante el Hombre, temeroso de Dios y de su Verbo, y, sobre todo, esperanzado hacia el mañana en el hondo desconsuelo del hoy («¡Cuánto dolor sellado / qué impotencia tan triste / la del Mediterráneo!»), embebido, eso sí, de ese optimismo cristiano y de ese humanismo militante que mueve tu alma, que puebla tus entrañas y que rezuman tus versos. Y contigo, Fernando, nosotros mismos, a través de tu mirada honesta, de tu soñado viaje, de tu vivencia honda, de tu sincera oferta, de tus hermosas palabras. Porque tú mismo sabes, Fernando, que no es terrible la muerte / pues antes de morir somos eternos.
No, no había versos ni poetas en Hislibris. Pero algunos merecen mucho más que un lugar de honor en esta casa. Porque el honor… es nuestro.
Gracias, Fernando.

Fernando de Villena
LOS SIETE LIBROS DEL MEDITERRÁNEO
Ediciones Evohé 2009



UDAIPUR, DE FERNANDO VILLENA
 Reseña por MORALES LOMAS

La narrativa del escritor granadino Fernando de Villena, XV Premio Andalucía de la Crítica por su novela El testigo de los tiempos, va creciendo cada año con nuevas entregas que nos muestran a un escritor incansable que desde la Transición ha hecho de la literatura su vida. Su última entrega es Udaipur, novela publicada en Barcelona, en la bella colección de narrativa de Ediciones Carena que dirige José Membrive.
En los últimos años son las aventuras el escenario propicio para el desarrollo de la pasión novelesca en un ámbito cercano en ocasiones a la novela bizantina de la que toma atajos o con la que presenta similitudes, por ejemplo, en el casamiento, en el cúmulo de escenarios y dificultades de diversa laya que deben sobrepasar los protagonistas…
Udaipur desarrolla una historia que va desde Venecia hasta este mágico lugar de la India, Udaipur, un paraíso en el estado federal hindú de Rajastán, al pie de los montes Aravelli, conocida también como la ciudad de los lagos. A través de la voz narrativa en primera y tercera personas nos llega ese perspectivismo más intimista o más objetivo con intención de introducir una historia atractiva para el lector y muy ágil en su desarrollo de la intriga hasta el punto de que hay una voluntad estética en el escritor para permitir la continuidad en la lectura.
En ese espacio que toma el viaje como centro de la acción novelesca, como sucedía en El testigo de los tiempos, se ensamblan dos elementos diversos: el viaje como ámbito descriptivo y emotivo y la acción novelesca con una trama en la que está asegurado el suspense y los riachuelos secundarios que hacen crecer la historia. Con vivacidad narrativa y sutileza, Fernando de Villena nos va cautivando con esa especial percepción del paisaje que va mostrándonos y con la singladura de los personajes y sus historias amatorias: Isabela, la protagonista, y su amado el señor de Clery.
La historia comienza en Venecia, cuando Isabela nos cuenta su vida, la muerte de su padre, su madre, su tío Ludivico Bonesana, la anciana Marcia, su tía Clara… y el descubrimiento del manuscrito de Franco Alberoni, un antepasado suyo, sobre Udaipur. Ello le animará a iniciar el viaje que se va a ver alterado por las intrigas de su primo Genaro Bonesana para hacerse con la herencia que cree le pertenece y la contratación de un asesino a sueldo, Lucio Cobos, que se dirigirá hacia la ciudad hindú para solventar con su muerte la intriga hereditaria. En ese viaje, Isabela encuentra a un misterioso Olivier de la Motte del que sabremos más al seguir su lectura y nos adentrará en el misterio. Pronto sabremos lo que maquinan el abate Ponciano y Bonesana mientras sigue su aventura por Goa, paralela a la que seguirá Olivier de la Motte y el sicario Lucio Cobos…
La novela está organizada en diecisiete capítulos breves que poseen una linealidad a veces alterada con las situaciones dicotómicas de la historia de Clery e Isabela que al final acaban uniéndose.
Se trata de una obra de acción, misteriosa y dotada de una documentación histórica pero sobre todo de una voluntad manifiesta de crear una obra literaria que entretenga al público y pueda sentirse recompensado por la intriga criminal con la que se entrelaza y con la encrucijada amorosa, lo que permite hablar de integración de géneros novelescos pues tanto aparece la novela sentimental, la histórica, la de aventuras como la de corte detectivesco. Todo ello unido a la pasión que observamos por el viaje y el atractivo de Oriente.
El lector realiza esa travesía con la sutileza y el encanto de la intriga y el buen hacer de uno de los narradores actuales más atractivos.

Publicado por Morales Lomas






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